El primer Proyecto de
Educación Sexual se instituyo en Colombia en 1993, gracias a una tutela que
favoreció a una maestra en Ventaquemada, Boyacá, despedida de su trabajo por
procurar que sus estudiantes aprendieran a ejercer una sexualidad responsable.
Entonces como hoy, de una manera menos espectacular, pero, no por eso menos
insidiosa, los maestros y maestras lideraron resistencias y protestas para
impedir su implementación.
Recuerdo claramente
que en talleres realizados en ese entonces,
muchos docentes expresaban
abiertamente su desacuerdo, basadas en preceptos judeocristianos y los menos
veían en su implementación una posibilidad de trasmitir otros principios y
valores, entre ellos la tolerancia, el respeto a la diferencia que como ellos
mismos decían elevaría los niveles de convivencia pacífica.
Años después, por
razones de mi profesión e interés por la prevención y la promoción de estilos
de vida saludables fui consultora de algunos colegios oficiales y privados con
el propósito de transversalizar el tema de la sexualidad en los PEI de las
instituciones, para que niños, niñas, adolescentes y jóvenes tuviesen una
vivencia sana y responsable de su sexualidad. En esta experiencia también
fueron evidentes negaciones y resistencias al proyecto, basadas en lo
calificado por la tradición como “malos comportamientos sexuales” entre ellos
la homosexualidad y el lesbianismo, equiparados a la sexualidad irresponsable
(promiscuidad, embarazos adolescentes e ITS) y curiosamente se tenía la
representación social de que eran epidemias o pandemias que “podían tomarse los
colegios”. Muchos fueron los PEI trasversalizados por este enfoque, pero, pocos
los colegios donde se implementó en la realidad lo que el proyecto mandaba.
Hoy cuando han pasado
22 años de ese primer proyecto y las tendencias filosóficas y enfoques de
planeación como el enfoque de derechos, el enfoque diferencial y el enfoque de
género permiten que se tenga una visión más precisa de la influencia del
contexto en el ejercicio de la sexualidad la sana convivencia y en la
construcción de ciudadanía. Ese imaginario colectivo parece estar aún vigente
en las representaciones y creencias de las comunidades educativas que fieles a
sus preceptos tamizados también por un aprendizaje frustrante y doloroso de su
propia sexualidad, actuando unas veces
como obstáculo epistemológico y otras como quiste psicológico a la manera como
lo expresaba Enrico Fermi, impidiendo entender la sexualidad como algo
inherente al desarrollo humano que depende más de la subjetividad que de
influencias ambientales.
Haciendo estos
vínculos conceptuales, hoy otros son los problemas: Por un lado la tolerancia a
los embarazos adolescentes, las ITS y/o el SIDA mirándolos más como problemas
de salud pública que como amenazas en la convivencia y por el otro una
arraigada intolerancia, el irrespeto y la sanción hacia la diversidad sexual.
ya que cualquier otra identidad diferente a la tradicionalmente establecida y
naturalizada a partir de la función sexual, amenaza la hegemonía de la prevalencia
de un género sobre el otro tanto en lo público como en lo privado.
Por tanto, quienes han fundado su identidad de género en la atracción
hacia personas de su mismo sexo son mirados aun como amenazas para el orden
establecido. A pesar de que desde 1980 la Homosexualidad y el Lesbianismo
salieron del Manual Diagnostico y Estadístico de Trastornos Mentales
(DSMIII,1980), en nuestro medio y por supuesto en nuestro sistema educativo aun
niños, niñas y adolescentes con manifestaciones comportamentales contrarias a
su género son tratados con problemas de comportamiento, por tanto son remitidos
por los orientadores escolares a ser evaluados por expertos del comportamiento
como psicólogos y/o psiquiatras con el propósito de que “sanen” y así evitar
que “contagien”. Para muchos la escuela es lugar de reconocimiento, aprecio y
respeto y esto también se pone en peligro cuando su identidad controvertida se
pone en evidencia teniendo que abrirse camino en medio de la adversidad para
conservar ese reconocimiento, mas, no todos tiene el mismo grado de
Resiliencia, muchos se auto condenan desertando del medio escolar que al igual
que la familia los ha satanizado.
La escuela a
diferencia de la familia está obligada a actuar en derecho, por lo que debe
garantizar a todas las personas por igual, el derecho a formarse, a desarrollar
sus habilidades y aptitudes y a cimentar un proyecto de vida realizable; por
tanto las normas de convivencia deben
garantizar por igual tolerancia y respeto por el otro y su diferencia.
Por: ELENA BSTOS RINCON
PSICOLOGA
CLINICA, U METROPOLITANA / U DE LOS ANDES
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